El compañero del Mictlán

Por Jorge RamApril 25, 2023

En las diferentes cosmovisiones de las culturas antiguas existen animales o seres que conducen a lo muertos en el camino hacia el inframundo. De esta forma, destacan el Cancerbero entre los griegos, Anubis entre egipcios y, en la cosmogonía náhuatl, sobresale el xoloitzcuintle, quien acompaña el espíritu de los muertos hasta Mictlán, el reino de los muertos.

El Xoloitzcuintle tuvo así un papel en la vida cotidiana de las culturas precolombinas, en ámbitos religiosos y económicos, así también como parte de la alimentación, y además fue uno de los elementos más importantes del cortejo fúnebre que acompañaba a los muertos en su camino al inframundo.

Este perro es una de las dos razas originarias de México y en la mitología náhuatl, Xolotl es el hermano gemelo de Quetzalcóatl. Poseía el poder del nahualismo (facultad mediante la cual una persona puede adoptar la forma de un animal) y podía transformarse en huexolotl, axolotl y xoloitzcuintle (canis mexicanus), el perro sin pelo. De acuerdo a la mitología, Xolotl entregó a los hombres este perro para la salvación de sus espíritus.

La inteligencia y la fidelidad le proporcionaba estas facultades de protección que los aztecas confirieron al animal para acompañar a los muertos.

Los investigadores creen que los ancestros del xoloitzcuintle (o xolo, para abreviar), una de las razas de perro más antiguas de las Américas, acompañaron a los primeros emigrantes de Asia y evolucionaron hasta convertirse en la raza que vemos hoy hace al menos 3.500 años. La falta de pelo del xolo (a excepción de uno o dos mechones en la cabeza o en la cola) es el resultado de una mutación genética que también es responsable de la falta de premolares del perro. Este rasgo dental distintivo hace que sea relativamente fácil identificar los restos de xolos en contextos arqueológicos.

Los xolos suelen aparecer en el arte mesoamericano antiguo con orejas puntiagudas y piel arrugada para indicar su falta de pelo. Las representaciones más frecuentes adoptan la forma de pequeños recipientes de cerámica, conocidos como perros de Colima, por el estado actual del oeste de México donde se suelen encontrar. Los arqueólogos estiman que más del 75 por ciento de los entierros del Periodo Preclásico (ca. 300 a.C. al 300 d.C) en Colima y en los estados vecinos de Nayarit y Jalisco contienen estos recipientes, que podrían haber servido como perros guías simbólicos que ayudaban al alma del fallecido en su viaje por el inframundo.

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